LA AGONIA DEL BARDO¡Qué duro, qué amargo recuerdoquedome de aquella desgracia...si a solas en ella medito,aún suelen saltarme las lágrimas!...Dejé mi chambergo en la percha;crucé sigiloso la sala;(hallando la casa en silencio,me dio una corazonada...)Alzando la verde cortina,miré receloso a la estanciaen donde tranquilo, sonriente,mi amigo el poeta, expiraba.¡Qué cuadro! La mesa de noche,en donde hacía guiños la lámpara,cubierta de drogas acerbasque no le sirvieron de nada;con heces de medicamentos,pocillos, goteros, cucharas,cucharas que vi que aún teníanla huella del labio marcada,de un labio tedioso, pasivo,que el líquido aquel desdeñara,de un labio que, ya medio muerto,sintiendo las drogas amargas,por ser obediente, sorbía,por falta de fe, no apretaba,dejando su hastío en las hecesde aquellas vasijas untadas.La pobre mujer de mi amigo,al lado del lecho, espantaba;los niños también allí junto,haciendo la escena más agria:la niña, de tres primaveras,absorta a los pies de la cama,asiendo a la madre el vestidoy viéndola fijo a la cara,y el niño más pequeñuelo, divino,e irónico ser que no andaba,cruzando la alfombra, sonriendo,¡y echando carreras a gatas!Yo estaba perplejo en la puertade aquella tristísima estancia;no pude, no pude moverme,¡aquello partíame el alma!De pronto la faz del enfermose puso ojerosa y opaca,la pobre mujer lanzó un grito:¡Hijitos, papá se nos marcha!...Y nada los niños dijeron,¡decir qué podrían sus ansiassi aún la mayor no entendíay aún el pequeño no hablaba!Mas, viendo los dos al enfermo,en sus inocentes miradas,qué bien comprendí qué decíaningenuos: ¡Papá... no te vayas!Yo quise auxiliarlos entoncesmas vi que mi amigo, con calma,después de moverse, esforzado,y como si reaccionara,tomando la mano a la esposa,le dijo a intervalos: Amada:La muerte se acerca... no temas,no llores, enjuga tus lágrimas,la muerte de ti tuvo celos,y viene a pedir que compartascon ella mi ser, que era tuyo,mis penas, mis dichas, mis ansias.La muerte también es mujer:no riñas con ella, me ama,verdad que se lleva mi cuerpomas queda contigo mi alma,la muerte va a ser... mi querida,mas tú sigues siendo la castaSeñora que manda en mi espíritu,de todo mi amor Soberana.Yo siento dejarte tan bella,y siento dejarte enlutada,y siento dejarte a los hombresvulgares expuesta mañana,que van a prender en tu vestede luto, pasando sus garras...¡Vampiros de espíritus tristes,vampiros de carne enlutada!¡Ah... son las viudas hermosasmanjar con que muchos se sacian;no sé cómo así la engullen,no sé... cuando saben a lágrimas...!
¡Cuán vas a extrañar mis caricias;mis rimas, cuán vas a extrañarlas,y cuando por mi te preguntenlos niños pasado mañana¡oh angustia! qué vas a decirles,qué vas a decirles, cuitada!¡Los niños!... Acércalos llámalos,que quiero llevarme grabadas,a flor de mis frías pupilastu cara amorosa y sus caras;serán en mi tumba dos dijesmis ojos cerrados, amada!La pobre mujer aún teníaoyéndolo hablar, esperanzamas viendo ponerse por gradosaquellas mejillas más pálidas,y viendo que aquellas pupilastornábanse tristes y vagas,alzando los ojos al cieloen son de reproche y plegaria,¡Dios mío!...-clamó ¿por qué injustote llevas el pan de esta casa?Y el cielo, por toda respuesta,al bardo inspiró que gritara,con voz de una angustia infinita,con voz que los huesos helaba:¡Qué abismo... me hundo... me hundo,tus brazos... tus brazos... amada!Tomolo aquel ángel en brazos;logró también él abrazarla;vibraron los nervios de broncedel lecho vibró el que expiraba:tomó ella en un beso el alientopostrero que el bardo exhalara;quedáronse así un instantela muerte y la vida enlazadas...y entonces creí que se oía,moviendo la oscura ventana,y como rozando los vidrios,un suave ruido de alas,tal cual si pasase por ellos,en vuelo magnífico, un alma...¡Oh, cuando yo quise prestarlesocorro a la esposa, se hallabaopresa en los brazos del muerto,tal cual si quisiera llevársela!¡Qué esfuerzo inaudito hice entoncesy cómo he podido arrancarlaal fin de los rígidos brazosllorosa sin fuerzas y flácida!Y cuando después de mi esfuerzovolví hacia el muerto la cara,lo vi con los brazos en círculo,cual si me pidiese abrazarla,y como diciéndome, mudo,con una sonrisa macabra:!Si es mía... ¿por qué te la llevas...?Si es mía por qué me la arrancas...!La noche llegó a los cristalesmuy negra, muy triste, enlutada,y como una madre amorosa,fue ella quien trajo a la cámarael cirio más grande: la lunaun cirio de luces muy blancas.En tanto, lloraban los niños;los perros, en torno, aullaban;la triste mujer, en mis brazos,lanzaba suspiros con ansias;el muerto, los brazos en círculo,sonriendo, la esposa esperaba...¡Señor! ¿Por qué el muerto reíaen tanto los vivos lloraban?¡Qué duro, qué amargo recuerdoquedome de aquella desgracia:si a solas en ella medito,aún suelen saltarme las lágrimas!JULIO SESTO